No ha sido un impulso repentino. Es el resultado de horas, o incluso días, de estrés invisible acumulado que hoy ha dicho basta.
Imagina que el sistema nervioso de tu perro es un vaso. Cada ruido de moto o encuentro tenso es una gota. Cuando el vaso se llena, la última gota (aunque sea pequeña) provoca el desastre.
Ante el estrés, su cuerpo libera cortisol. A diferencia de la adrenalina, esta hormona puede tardar hasta 72 horas en desaparecer. Si los estímulos se repiten, el nivel nunca baja.
El camión de la basura, las terrazas llenas o el ruido de una obra en el rellano. En España, el entorno urbano satura a tu perro sin que te des cuenta del residuo que deja.
¿Una sesión intensa de pelota en el parque? La excitación alta también suma gotas al vaso. Si no hay una fase de calma después, el perro sigue en modo supervivencia.
¿Se sacude de pronto? ¿Se rasca sin tener picor? No es casualidad: es su cuerpo intentando liberar la tensión motora tras un encuentro que le ha incomodado.
Con el cortisol alto, cosas que antes ignoraba (como un vecino cruzando el portal) se vuelven amenazas. Su paciencia biológica se ha agotado por completo.
Si ha tenido un mal día, dale 48 horas de paz total. Paseos por zonas vacías, correa larga y cero visitas en casa. Deja que su cuerpo limpie el tóxico hormonal.
Usar la nariz baja las pulsaciones de forma inmediata. Cambia el juego de correr por buscar premios escondidos. Es el mejor ansiolítico para un sistema saturado.
Si el perro explota y le riñes, añades miedo y más cortisol a un sistema que ya está desbordado. La solución no es la disciplina, es reducir la carga ambiental.
Un perro adulto necesita hasta 16 horas de sueño de calidad. Si no descansa profundamente por los ruidos del barrio, su vaso siempre empezará el día medio lleno.
La reactividad a menudo no es un problema de conducta, sino un fallo fisiológico por acumulación. Cuando aprendes a leer su vaso, dejas de juzgar y empiezas a convivir.
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